“Tienes un buen currículum, pero no puedes llevar el velo”; «No podemos contratarte». Estas son algunas de las respuestas recibidas de Somayya Anwary, graduada en Ciencias de los Alimentos y Tecnología de Alimentos y Medio Ambiente.
«En las fábricas, es un requisito legal cubrirse el cabello por razones de higiene para evitar la contaminación de los alimentos. ¿No es una contradicción que para conseguir un trabajo deba andar sin hiyab?» pregunta Anwary, una mujer afgana de 28 años que tuvo que huir de su país después del regreso de los talibanes en 2021. “¿La migración significa que tengo que cambiar de religión?” ella pregunta.
Cuando Anwary emigró a España hace casi cuatro años, un traductor iraní le advirtió que se quitara el hijab, un pañuelo que cubre su cabello y su cuello pero deja su rostro visible. «Nunca quise llevar burka en Afganistán, pero tampoco quiero que me obliguen a quitarme el hijab en España. Ambas son impertinencias», añade. Obedece, obedece siempre. La mujer musulmana hizo una prueba y añadió a su currículum una foto en la que no llevaba hiyab. Suena su teléfono y hay una voz al otro lado de la línea destacando su experiencia profesional. Todo parece ser un sí, pero en la conversación personal el tono cambia. Ya no importa que hayas montado un laboratorio de pruebas de calidad o que hables cinco idiomas. Tampoco su experiencia como docente. Se trata del velo. La escena se repite una y otra vez. «He llegado a un país que se enorgullece de ser libre e igualitario. No es para mujeres inmigrantes y refugiadas», afirma.
En algunos colegios de varias comunidades autónomas el uso del hijab ya está prohibido debido a la influencia de la extrema derecha en los gobiernos regionales. La iniciativa no es nueva en la Unión Europea. En Alemania y Bélgica el uso está limitado a escuelas y determinados lugares. Francia es el único país que ha prohibido el uso del hijab en las escuelas públicas desde 2004, y en 2025 se debatió la aplicación de la restricción a todas las competiciones deportivas, lo que Amnistía Internacional denunció como una forma de discriminación.
Estas restricciones sólo conducen a la exclusión, el rechazo y la discriminación, afirma Chaimma Boukharsa, licenciada en Estudios Árabes e Islámicos. «En España, la identidad nacional se pone de relieve por un contexto colonial que contrasta con el contexto musulmán y se caracteriza por la morofobia -racismo específico hacia los países del Magreb- y la islamofobia -el rechazo a los musulmanes. Una mujer que lleva un hiyab desafía esta imagen homogénea», afirma. La cofundadora de la organización Afrocolectiva advierte que los ataques contra las mujeres son “islamofobia de género”. Duda que el bloqueo que les niega el acceso a espacios laborales y académicos sea incoherente cuando existen preocupaciones sobre la independencia y emancipación de las mujeres musulmanas. “Estáis ante un racismo patriarcal”, denuncia.
El filólogo y presidente de la Fundación Al Fanar, Pedro Rojo, explica que el primer problema de España es «la constatación de que existe islamofobia» y que en Europa la imagen musulmana se construyó desde el «neocolonialismo» a través del cine y la televisión. El arabista llama a esto la necesidad de ser un salvador. «Gracias a la superioridad de Occidente puedo darme el poder de decirte, mujer, que te salvaré. ¿Salvarte de qué? Si no existe el mal, lo inventaré».
Una mujer llega al trabajo y se pone el uniforme. En el casillero deja su bolso y una parte de su identidad: su hijab. Liza Anvary, reportera y licenciada en derecho, tuvo que ayudar a la familia y no tuvo más remedio que renunciar a su bufanda para conseguir trabajo en un supermercado. “Pensé que si no aceptaba, no tendría ninguna posibilidad”, afirma este afgano de 26 años. Recuerda que algunos de sus compañeros llevaban una cruz o un rosario. Pasaron seis meses antes de que encontrara otra tienda que aceptara su bufanda. «Sé que tengo derecho a decidir. Aquí debe haber libertad», advierte la profesional que sueña con estudiar un máster en España.
Rosa Aparicio, investigadora del Instituto Universitario Ortega y Gasset, explica que el primer paso es entender que muchas mujeres usan el hijab por elección, para “abrazar su religión”, como una cuestión de tradición, o para “afirmar su identidad”, incluso como migrantes. La tasa de paro, que afecta en mayor medida a las mujeres, también está ligada a los prejuicios empresariales y «al rechazo que existe en España hacia los musulmanes, especialmente los de origen marroquí», explica la experta. Según el último estudio de la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE) y el Observatorio de Andalucía, la población musulmana superará los 2,5 millones en 2025.
Fuente: El País