Frente a la catedral de Palma y a escasos metros del mar Mediterráneo, el Palacio Real de la Almudaina guarda en silencio más de mil años de historia política y arquitectónica.
Fue en origen una fortaleza andalusí, más tarde sede de la corona mallorquina, y hoy, residencia oficial del jefe del Estado en las Islas Baleares. Aunque buena parte del edificio puede visitarse durante todo el año, hay estancias que permanecen cerradas, reservadas para actos institucionales de la Casa Real. La Almudaina, por tanto, no es solo una postal: es un espacio en uso, que mantiene funciones reales en pleno siglo XXI.
El nombre Almudaina viene del árabe al-mudayna, “ciudadela”, y define bien su origen: una fortaleza construida por los gobernadores musulmanes de la isla en el siglo X. Aquel primer recinto cumplía funciones defensivas, administrativas y palaciegas, como ocurría en otros alcázares del mundo andalusí.
Tras la conquista cristiana de Mallorca en 1229 por parte de Jaume I, el edificio fue transformado en residencia real, respetando en parte su trazado original. Con el paso de los siglos, fue adaptado a los gustos góticos, luego a los usos borbónicos, y hoy combina estilos islámicos, medievales y renacentistas en un mismo espacio.
Una sede real discreta, pero activa
Desde hace siglos, la Almudaina ha sido la residencia del poder en la isla, primero para los reyes de Mallorca y después para los monarcas de la Corona de Aragón y, más tarde, para los Borbones. En la actualidad, el edificio forma parte de los siete palacios reales gestionados por Patrimonio Nacional y mantiene su condición de residencia oficial del rey en Baleares.
Aunque buena parte del año puede visitarse, la Almudaina no funciona como un museo al uso. Las estancias que rodean el patio del Rey, el Salón del Tinell o la capilla de Santa Ana se cierran cuando se celebran actos oficiales. El resto del tiempo, el recorrido está abierto al público, con tapices, mobiliario y obras procedentes de otras residencias reales.
Historia escrita en capas
Pocos edificios en España conservan tantas capas de poder superpuestas como la Almudaina. Aún pueden verse restos de yeserías islámicas, arcos apuntados del gótico catalán y suelos del siglo XVIII.
La arquitectura cuenta una historia sin necesidad de explicaciones: la convivencia, la conquista, el mestizaje. En 1963, una restauración reveló un baño islámico enterrado bajo la capilla cristiana, un hallazgo que subrayó la continuidad —y a veces la superposición— de culturas. Hoy, ese legado se percibe en la mezcla de materiales, estilos y funciones. Es un palacio que no ha dejado de transformarse, ni de representar algo más que piedra.
Cuando la Casa del Rey organiza un acto en la isla, la Almudaina se convierte en una sede diplomática funcional: seguridad reforzada, personal de protocolo, salones adaptados.
Un palacio con visitantes y secretos
La Almudaina recibe decenas de miles de visitantes al año, muchos de ellos sin saber que parte del edificio sigue siendo residencia oficial del jefe del Estado. Algunos espacios, como el Salón del Tinell o la galería que conecta con la catedral, se encuentran entre los más fotografiados.
Patrimonio de todos, no solo de la monarquía
Como el resto de palacios reales, la Almudaina es propiedad del Estado y su gestión depende de Patrimonio Nacional. Eso significa que su mantenimiento, restauración y apertura al público se financian con fondos públicos. Aunque su uso por parte de la Casa Real es esporádico, el debate sobre el patrimonio monárquico sigue vigente: ¿cómo garantizar que estos espacios históricos se conserven, se usen y se entiendan como bien común? La Almudaina, por su dimensión insular y su visibilidad reducida, es un buen ejemplo de cómo el patrimonio puede ser institucional sin dejar de ser ciudadano, según el diario.es