Enmanuel Reyes Pla, de 31 años, nacido en Cuba, cogió la maleta para no volver. Para convertirse en un ‘gusano’. Con destino A Coruña, donde tenía familia.
Así comenzó la desventura. Sólo tenía la opción de volar a Rusia, país amigo. De allí pasó a Bielorrusia con la ayuda de su tío. Sin visado hacia España, volvió a Moscú donde estuvo cuatro meses escondido en un piso. “Tenía miedo a ser detenido y que me soltaran en medio de la estepa”, cuenta. Su odisea no acabó ahí. En Austria pidió asilo y vivió dos meses en un centro de refugiados. Su siguiente destino, Alemania. Pero al intentar cruzar a Francia fue frenado en la frontera y volvió a otro centro. Desesperado, por fin logró volar hasta Barcelona y de allí a A Coruña con los suyos, según el diario AS.
Encontró una tabla a la que agarrarse en el gimnasio de Chano Planas (“tenía menos fondo que un charco por la angustia y la falta de entrenamientos”, recuerda el preparador). Iba a debutar como profesional cuando llegó la llamada de Rafa Lozano, el seleccionador, para trasladarse a la Blume en Madrid y encontrar una vía para obtener los papeles. La nacionalización llegó en enero del 2020. Y los Juegos de Tokio en 2021, donde se sintió robado ante su excompatriota Julio la Cruz cuando peleaba por el bronce.
Tan mal cuerpo le dejó, que pensó en colgar los guantes. “No quería saber nada de boxeo, el bajón fue grandísimo”. Y llegó la segunda tabla, la de la fe en el Islam. Por influencia de sus compañeros Ayoub Ghadfa y Jazi Jalidov, abrazó el Islam.
Quizá, en el duro camino de Pla estaba escrito que al final habría un metal olímpico. Que todo ha valido la pena. El boxeador ya se aseguró la de bronce clasificando hoy a las semi finales, pero él quiere más.