Por Florencia Pessarini
El pañuelo islámico es un símbolo que adquiere diferentes significados dependiendo del contexto y la mujer que lo utilice. Si bien el debate público gira muchas veces en torno a la sumisión de género, las razones que explican su uso son inagotables. Se lo lleve como protección, como símbolo de orgullo o de resistencia política, como herramienta para difundir el Islam, como tecnología de adaptación del cuerpo a los valores de la Sharia o simplemente como una parte constitutiva de la identidad, en todos los países en donde el velo no es una obligación, es un derecho.
Incluso si lo odias, yo envuelvo mi hiyab, rapea la cantante siria americana Mona Haydar en un hit que acumula casi nueve millones de reproducciones en YouTube. Su lírica contagiosa es un mensaje político fundamental en Estados Unidos, donde los crímenes de odio hacia musulmanes se han triplicado en los últimos diez años y el Islam cuenta con una amplia cobertura en medios de comunicación, pero mayoritoriamente negativa -entre el 60% y el 80% según un estudio publicado por Media Tenor-.
Estados Unidos tiene la peculiaridad de desplegar una política militar intervencionista que genera fricciones con determinadas poblaciones árabes y, al mismo tiempo, una de las tasas más altas de mujeres convertidas al Islam. En ese contexto, la oposición al hiyab se fundamenta con lógicas salvacionistas. “La democracia imperial estadounidense ha utilizado como señuelo sexual a la mujer musulmana”, dice la antropóloga e investigadora en temas de religión, género, cuerpos y feminismo Mayra Valcarcel. “Vamos a salvar a las mujeres de estos bárbaros que las oprimen y de paso nos hacemos con los recursos”, sería la estrategia norteamericana.
En muchos países europeos el velo también es fruto de polémica. Francia, que ha colonizado una enorme cantidad de países árabes hoy recibe una enorme afluencia inmigratoria musulmana. Allí, la libertad religiosa de las mujeres musulmanas se coarta en nombre de la laicidad como valor supremo de la República. Desde 2004 se prohíbe todo tipo de vestimenta religiosa en instituciones educativas y desde 2010, alegando razones de seguridad, el uso de prendas destinadas a ocultar la cara en el espacio público.
Al respecto, el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha señalado que la medida menoscababa desproporcionadamente el derecho de las mujeres que elegían la vestimenta integral a manifestar sus creencias religiosas y que se corría el riesgo de confinarlas en sus hogares, impedirles el acceso a los servicios públicos y marginarlas, en lugar de protegerlas.
En ese sentido, Argentina ofrece un panorama radicalmente diferente. “Primero porque nuestra sociedad avoca al respeto por la diversidad religiosa. En ese sentido, somos un ejemplo en el mundo. Pero también se debe a que la cantidad de musulmanes en el país no es tan mayoritaria como en otras sociedad occidentales, en donde la comunidad islámica viene en crecimiento”, dice Melody Amal Khalil Kabalan, presidenta del Instituto Islam para la Paz en Argentina.
Desde 2011 se les permite a las mujeres argentinas musulmanas (y no solo) fotografiarse con el velo para tramitar los documentos nacionales. La modificación de la ley nacional fue impulsada por la socióloga, teóloga y presidenta de la Unión de Mujeres Musulmanas Argentinas (UMMA) Massuma Assad de Paz, a través de la dirección de Culto de la Ciudad de Buenos Aires y fue aprobada sin ningún tipo de polémica.
Sirvió como precedente una legislación preexistente que permitía a las religiosas católicas fotografiarse con su velo. Es que Argentina no solo carece de los preceptos de laicidad del Estado, sino que su propia identidad nacional se conforma en torno a la noción de diversidad cultural. “Obviamente es un país racista como muchos otros, pero el Islam está asociado en el imaginario argentino a esta noción de crisol de razas y a esta idea de que es un país conformado por inmigrantes, olvidándonos por supuesto de todos los pueblos originarios”, dice Mayra Valcarcel.
Yasmin Ale, una musulmana argentina que decidió incorporar el velo cuando cursaba sus estudios universitarios asegura que nunca ha tenido problemas. “Es más, fui presidenta de mesa en las votaciones y pude hacerlo con mi hiyab. Hasta me dieron un aula vacía para rezar al mediodía”, cuenta.
“Toda esa migración árabe, si bien fue resistida en el momento, con el tiempo fue formando parte del entramado social”, dice Valcarcel, que además señala que la ausencia de un carácter estatal colonizador aliviana en Argentina tensiones muy presentes en algunos países europeos.
Nadia Maazrani es una médica argentina de 35 años que trabaja en el Hospital Rivadavia, en el Hospital Fernández y también en consultorios privados. “Nunca sentí que se me cerrara ningún puerta por utilizar el pañuelo”, asegura. “Puede que haya gente que piense cosas y no me las diga, pero yo nunca tuve problemas”.
La mujeres entrevistadas por AIN coinciden en que los incidentes que han tenido son muy pocos en comparación con todo lo que se conoce en el resto del mundo y los ubican principalmente a una época cercana al 9/11, como si se tratara de la importación de un problema ajeno. “Nunca faltaba el chiste que asociaba el Islam con el terrorismo”, recuerda Nadia aunque asegura que hoy por hoy “no es lo común”.
“De todos modos debemos estar atentos, porque en los últimos años ha crecido la discriminación, sobre todo a mujeres musulmanas que usan el velo, tanto en Buenos Aires como en el interior del país”, dice Melody Amal Khalil Kabalan.
La inserción en el mundo laboral no ha sido tan sencilla para todas como lo fue para Nadia. Samira Assad, una instrumentadora quirúrgica de 46 años, cuenta su experiencia trabajando con hiyab: “Lo primero que me preguntaban en las entrevistas era si yo sabía que no podía entrar al quirófano así. Yo decía que sí, que me iba a poner una cofia como cualquier otra persona. Pero al tiempo, uno de los jefes del hospital le llamó la atención a mi superior diciéndole que yo no podía circular por el hospital con el pañuelo. Me empezaron a poner algunas trabas y tuve que dejar”.
Si bien se ha visto que en países con mayores tasas de inmigración o de conversión a la religión las fricciones son mayores, también son mayores las opciones con las que cuenta la comunidad para llevar adelante su estilo de vida islámico. Nike, por ejemplo, comercializa en Estados Unidos y Europa hiyabs deportivos confeccionados en telas ligeras y transpirables que buscan mejorar el rendimiento de las atletas musulmanas de distintas disciplinas. Para las trabajadoras de la salud como Samira, existen clínicas europeas en donde se les proporciona a las mujeres musulmanas artículos semejantes a capas descartables para cubrise dentro del quirófano. Es en este punto donde afirmar que llevar el pañuelo en Argentina es más fácil que en otros países del mundo se torna engañoso. Especialmente, cuando se trata de buscar trabajo. “Me costó mucho”, dice Samira. “Recién después de muchos años pude volver a hacer algunos trabajos de instrumentación quirúrgica”, agrega.
Agustina Velazco, una musulmana conversa argentina, cuenta que cuando decidió ponerse el pañuelo, algunos de sus amigos se alejaron. “Para mí, fue un filtro para saber quiénes eran mis amigos de verdad y a quiénes solo le importaba lo exterior”, dice. En ese momento estaba casada con un musulmán y se desempeñaba como diseñadora en una mezquita. Pero cuando renunció y comenzó a buscar trabajo por fuera de ámbitos musulmanes, siempre la rechazaban.
Si bien Agustina dice que la decisión de quitarse el pañuelo también estuvo atravesada por el deseo de vivir su religión de una manera más secular, asegura que el trabajo marcó tanto la decisión de ponerse el velo como la de sacárselo. “Y de pronto, oh milagro, conseguí trabajo y nunca me fue tan bien en mi carrera profesional”, dice. Sin embargo, aclara que no es una detractora del hiyab. Por el contrario, celebra el valor que tienen todas aquellas mujeres de moverse por todos los ámbitos con su pañuelo. “Si yo pudiera, contrataría chicas con hiyab. Porque yo sé lo que es estar ahí”.