Por Florencia Pessarini
El uso del velo femenino puede rastrearse a lo largo de la historia en la antigüedad de distintas comunidades de la región meditarránea e incluso más allá. A su incorporación en los textos sagrados de las religiones abrahámicas, la precede la tradición. “Tiene que ver con algo cultural-contextual, que luego se va incorporando a las distintas pautas religiosas”, dice Mari-Sol García Somoza, investigadora en sociología y antropología del Islam. En los textos asirios del siglo XIII a.C su uso estaba restringido a las mujeres de la nobleza. En los imperios antiguos de Grecia y Roma, lo utilizaban para cubrir su cabeza en la Iglesia y cada vez que se encontraban en público. En el siglo II, el teólogo cristiano Clemente de Alejandría instaba “que ellas estén completamente cubiertas, a menos que se encuentren en casa, pues el estilo de vestir es importante y protege de las malas miradas”. Para la mujer judía, las órdenes de cubrir su cabello provienen de las leyes de la modestia del Talmud. Asimismo, pueden encontrarse sus respectivas menciones en la Sunna del Profeta y el Sagrado Corán.
La palabra árabe traducida al español como hiyab significa cubrir, ocultar a la vista o incluso separar. Aunque con el tiempo el término se ha convertido en un sinónimo de “velo islámico”, sus menciones en el Corán no refieren exclusivamente a las mujeres ni a una prenda de vestir. “Según varios intérpretes, se habla del velo como una cortina, un límite respetuoso”, dice Melody Amal Khalil Kabalan, presidenta del Instituto Islam para la Paz en Argentina.
“El pudor también tiene que ver con qué se puede ver, decir, escuchar. No se trata solamente de tener una tela cubriéndote el pelo”, dice Yasmin Ale, una argentina de 38 años, madre de dos varones y una nena. “Si bien los hombres no usan un velo, sí se aplica un hiyab para ellos, que es el de no mirar a las mujeres libidinosamente, de respetarlas, de cuidarlas. Mi hijo varón tiene 12 años y yo le estoy enseñando todo eso”, cuenta.
“Muchas veces el hiyab se refiere a un código de comportamiento modesto y pudoroso, una obligación tanto para hombres como para mujeres”, dice Mayra Valcarcel, antropóloga e investigadora en temas de religiones, género, cuerpos y feminismo. El comportamiento, la moral y las costumbres son una parte importante del din islámico, que Valcarcel ha definido como un modo islámico de ser y estar en el mundo. Y por lo tanto, de la identidad musulmana.
Yasmin Ale nació en una familia musulmana, pero comenzó a utilizar el velo a los 22 años. “Comencé a profundizar mis prácticas islámicas y en un momento sentí que me faltaba algo”, dice. “Lo llevo con orgullo; es una protección que tenemos las mujeres hacia el afuera y también hacia el interior nuestro para saber qué es lo que somos”.
¡Oh Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a todas las mujeres creyentes que se cubran con sus vestidos. Es lo mejor para que se las distinga (musulmanas) y no sean molestadas. Corán (33, 59).
Como prenda de vestir, aparece en el Corán como una forma de distinguir a las mujeres creyentes y también como una protección hacia ellas, consideradas un valor supremo digno de preservación. Pero así como el uso del velo ha sido sujeto a modificaciones en el resto de las religiones abrahámicas —por ejemplo, la adopción de pelucas por parte de las mujeres judías—, el Islam también contiene un componente mutable y plural. Está atravesado por la diversidad de culturas y territorios en los que se practica, sin dejar de lado las múltiples reinterpretaciones y aplicaciones de la Sharia.
Alrededor del mundo podemos encontrar diversos tipos de velos —el chador que cubre todo el cuerpo salvo la cara, el niqab que solo revela la zona de los ojos, el burka que incluso cubre esa zona del rostro con una rejilla, el khimar que cae hasta la cintura y el hiyab que con forma de pañuelo cubre tan solo el cabello y el cuello, entre otros— así como mujeres que deciden no cubrirse en absoluto y, aún así, se perciben creyentes y practicantes.
Pero incluso en el mismo territorio el velo puede adquirir una simbología distinta dependiendo de la época. García Somoza recurre al caso de Irán para ejemplificar la compleja polisemia del velo: “Cuando cae el Sha y aparecen el Estado islámico y el Ayatolá, ponerse el velo fue un símbolo de liberación de Occidente, pero hoy es un velo que oprime. Un símbolo de dominación de una clase política teocrática, que no solo tiene que ver con ocultar a la mujer, sino con privarla de ciertos derechos políticos”.
“El sagrado Corán y la tradición profética enseñan que no hay imposición en la religión”, dice Melody Amal Khalil Kabalan que, si bien usó el velo en su adolescencia, en la actualidad elige no cubrirse. “A pesar que desde la concepción islámica Dios nos creó libres y concientes de nuestro propio raciocinio, en muchas sociedades se hace mal uso del nombre del Islam”, comenta.
“Muchos de esos países vienen de tradiciones pre-islámicas de subyugación a la mujer”, dice Agustina Velazco, una musulmana proveniente de una familia católica que antes de convertirse se dedicó a estudiar a fondo. “Hace 1400 años el Islam hablaba de herencia y propiedad privada para las mujeres, cuando en muchas sociedades ni siquiera se las consideraba sujetos de derecho”, grafica.
Al respecto, cuenta que las dos veces que visitó Arabia Saudita vio mujeres vestidas como cualquier occidental que se ponían el velo y la abaya antes de que el avión entrara en terreno saudí. “¿Tiene valor eso ante Dios? ¿Qué sentido tiene que te obliguen así?”, reflexiona.
Dejando de lado los regímenes teocráticos que unifican la Sharia (la ley divina) con el fiqh (el derecho islámico), podríamos decir que la decisión de utilizar el velo responde a una combinación de factores que se dan entre lo individual y lo colectivo. “El individuo nunca está aislado y muchas veces la comunidad a la que pertenece tiene sus propios códigos de vestimenta”, dice García Somoza, y agrega: “Muchos conversos, por ejemplo, son más estrictos y piensan que haciendo el máximo van a ser mejor integrados”.
“Yo me autoimponía cumplir con todo al pie de la letra y con los años me di cuenta de que Dios no necesita nada de vos”, dice Agustina, que utilizó el hiyab desde los 20 a los 32 años. “Hoy hago lo que puedo lo mejor posible”, dice.
En su artículo Feminismo, Identidad e Islam (2014), Mayra Valcarcel sostiene que no se puede reducir la expresión de una pertenencia identitaria a la subordinación pasiva del individuo a las necesidades y órdenes del colectivo del que forma parte. Así lo expresa Samira Assad, una musulmana de 46 años que dice: “No podría imaginarme sin mi hiyab; sentiría que no soy yo”.
Si bien Samira pertenece a una familia practicante, no comenzó a utilizarlo a los nueve años como manda la ley del Corán, sino diez años después cuando lo sintió como una necesidad. “Siento que me acerca mucho más a Dios, que acrecenta mi fe y me hace sentir segura pero también libre, porque soy una mujer que se cubre pero también se desarrolla en la vida social”, expresó.
Según expresa Valcarcel en otro de sus textos (Siervas de Allah, 2014), es menester trascender los estereotipos sobre la presunta subordinación de las mujeres musulmanas al género masculino. En ese sentido, la autora recuerda que el término Islam proviene de la palabra árabe aslama que además de paz, significa sumisión. Como el título de su artículo sugiere, las mujeres no se someten a la voluntad de sus esposos sino a la de Allah.
“Los actos de adoración son para Dios, no para las personas. Si mi marido me hubiese obligado, no habría tenido ningún valor”, dice Agustina Velazco, quien durante los 12 años que vistió su hiyab a menudo tuvo que explicar que no se trataba de una imposición de su marido musulmán.
Luciendo el hiyab, Nadia Maazarani, una médica clínica de 35 años, se siente como una especie de embajadora del Islam. En ese sentido, afirma: “a los 19 años empecé a sentirme cada vez más orgullosa de mi religión y decidí incorporar el pañuelo como un ejemplo de que una mujer musulmana puede estudiar, puede trabajar y todo lo que una mujer occidental”.
El concepto de da’wa al que refiere Nadia, que podría traducirse como la invitación y difusión del Islam, es tan solo una de las motivaciones que encontramos entre las mujeres que deciden llevar el velo. Puede llevarse como una forma de afirmación de una identidad personal o colectiva, como un acto de obediencia a Dios y fruto de una profunda experiencia religiosa o como una manera de resistencia contra la islamofobia presente en mayor o menor medida en sociedades occidentales o de expresión política en apoyo a determinado movimiento o causa islamista. Pero a pesar de este breve intento de sistematizarlas, en la mayoría de los casos las razones para utilizar el velo se solapan y se articulan entre ellas. En definitiva, se trata de un proceso gradual y único para cada creyente: existen tantas razones para utilizar el hiyab como mujeres musulmanas.