AIN.- Nunca pasa desapercibida cuando va por las calles de alguna ciudad del país, su vestimenta llama la atención y algunos murmuran entre ellos.
Vanessa Dávila es guayaquileña, tiene 45 años de edad y es musulmana desde hace 17. Gusta vestir de negro y aunque no sea una regla, lo hace porque luce “mejor y más delgada”, comenta entre risas; por eso, con orgullo porta su hiyab.
Nació y creció en Urdesa, su niñez y adolescencia fue típica de todo guayaquileño de aquella época. Iba de paseo al Policentro y acudía a ver películas al desaparecido cine Maya. Fue bautizada católica, eventualmente asistía a misa, y también acudía a la iglesia adventista. Espiritualmente confiesa que siempre se sintió confundida porque “lo que leía en la Biblia era una cosa y lo que la gente –que asistía a las iglesias– hacía era otra”; y los expertos en religión no le daban respuestas convincentes.
Luego de la crisis bancaria que vivió Ecuador en 1999, Vanessa emigró a Estados Unidos. “Viajé junto a mi exesposo, él se hizo musulmán y esa decisión me llevó a demostrarle que había cometido un error, por lo que comencé a leer el Corán (libro sagrado del islam)”, recuerda.
Lejos de encontrar algún tipo de idolatría en el Corán, Vanessa cuenta que en este libro halló cosas similares a la Biblia católica, pero según ella, el monoteísmo que se predica en el islam es más preciso y contundente, por lo que terminó acogiendo esta religión como suya.
Cuando se convirtió en musulmana, en su familia hubo distintas posturas: preocupación, curiosidad, indiferencia y también agrado; pero siempre entendió que es normal, porque “el islam es algo extraño en este lado del mundo, pero de a poco se fueron acostumbrando”, dice.
Una de las curiosidades que invade a las personas que no están relacionadas al islam es sobre la comida. Vanessa explica que la gastronomía de los musulmanes depende de la nacionalidad de cada uno de ellos; por ejemplo: si es italiano seguirá comiendo pastas, si es japonés seguirá comiendo sushi y si es ecuatoriano seguirá comiendo arroz con menestra y carne asada. "Lo único que no podemos comer los musulmanes es cerdo", comenta.
Por ello, acota que “la práctica del islam no es difícil, todo lo contrario, es muy fácil”. Admite que al inicio se le dificultó adaptarse a sus nuevos hábitos para vestir, porque no encontraba la ropa adecuada y no sabía ponérsela correctamente. Cuenta que los hombres cuando la ven guardan distancia y la tratan con respeto, “ya no tengo que lidiar con ‘los frescos’, se me ha desarrollado el pudor y un sentido de dignidad”.
En el 2010 viajó a Egipto con la intención de vivir en un ambiente islámico, pero por varias razones tuvo que regresar a Guayaquil. En su estadía en este país pudo aprender a recitar el Corán en árabe, aunque, manifiesta que lee con fluidez y entiende un 60% del texto, lo que realmente le gusta es estudiar los significados y profundizar en las lecciones que deja "el libro sagrado".
A inicios de este año se mudó a Quito, donde labora en dos proyectos: el primero, un programa virtual llamado Estudiando Islam, dedicado a musulmanes de habla hispana; el segundo es de investigaciones académicas islámicas con las comunidades de musulmanes en Latinoamérica, el cual está dirigido a actividades universitarias y público general (para mayor información escribir a: vanedavel@gmail.com).
Actualmente está casada y tiene cuatro hijos (todos musulmanes): Roberto, de 26, vive en Madrid; Yamilé, de 25, vive en El Cairo; Samira, de 19; y Aarón, de 18, ambos viven en Guayaquil.